Entonces, llegó un día en el que me desperté sin ninguna motivación para salir de la cama. En el que estaba cansada de fingir que todo iba bien.
Llegó otro día en el que me levanté, pensando en todas las cosas que tenía que hacer, pero en el que no hice nada. Porque no encontraba la motivación para hacerlo.
Llegó un día en el que miraba a mi alrededor, pero no encontraba nada que me interesara.
Después, llegó un día en el que contemplar mi reflejo en el espejo, era peor que deslizarse una cuchilla por el brazo.
Llegó un día en el que sus voces se convirtieron en eco. En un fantasma de las pocas conversaciones superficiales del tipo "si estás mal es porque quieres". Fue el día en el que dejé de luchar contra el llanto, porque ya a nadie le importaba lo que hacía ni lo que sentía. En el que el dolor, las lágrimas y la sangre formaron un río que desembocaba en algún mar sin importancia.
Llegó un día en el que me desperté deseando no haberlo hecho. Y ese día se repitió en el siguiente y en el siguiente. De forma que todos eran copias del mismo doloroso día.
Hasta que llegó uno en el que ya no me desperté.
Por último llegó el día en el que todos se vistieron de negro, llorando en público todo lo que había llorado yo en privado. En el que pusieron orquídeas en un jarrón, ignorando que yo prefería los girasoles, los tulipanes y las rosas. En el que pusieron una pieza de Beethoven, a pesar de que yo prefería el Canon de Pachelbel.
Fue el día en el que todos fingían conocerme, pero solo cometían error tras error.
Fue el día en el que dijeron que no esperaban este final, a pesar de que yo lo iba gritando a voces.