domingo, 12 de agosto de 2012

El último día...digo, los últimos amantes de Pompeya



“Confiamos en ti, Eleisa.” La voz de mi madre, daba vueltas por mi cabeza mi entras yo corría por las calles buscando ayuda. Al no encontrar a nadie me dirigí a la plaza donde se hacía el mercado. Constaba de dos entradas, una enfrente de otra, y una gran cantidad de tablones, donde colocar la mercancía. Nada más.

Sabía que no encontraría a nadie, que todo esto sería en vano. Pero había que intentarlo. Todo sea por salvar a Dario, de aquella montaña de rocas.

Registré la plaza, pero no había nadie. La gente había escapado, al contrario que  nosotros.

-¡Ayuda! ¡Por favor!- grité, pero nadie contestó.

De repente, la montaña rugió. Me volví a ver la montaña, que había empezado a echar una especie de masa, que nunca antes había visto. Pero si había oído hablar. Según el sabio del pueblo, al caer la tarde, iba a parecer una sustancia maligna, enviada por los dioses como castigo, que mataría todo aquello que tocara. Nadie sabía cómo tenía él ese conocimiento, por lo que, a pesar de ser el sabio, le tomaron por loco.

Pues fíjate que ahora el “loco” tenía razón, y que pagaremos justo por pecadores.

La masa bajaba con velocidad hacía el pueblo, y la tierra tembló.

Se acababa el tiempo.

Las rocas que formaban  el arco de una de las entradas de la plaza empezaron a caer.  Formando una montaña de piedras, que bloqueaba la salida. Chillé ante el ruido y la impotencia. Yo no podría mover esas rocas, así que solo me quedaba una salida.

Si no lograba salir ahora, ya no podré escapar de aquí. Y la masa me cogerá.
Así que corrí hacia la otra salida lo más rápido que pude. Pero justo cuando iba a salir, alguien me cogió de la cintura y me obligó a retroceder. El suelo volvió a temblar, esta vez más fuerte que antes provocando que las pierdas de esta entrada empezaran a caer donde antes había estado mi cabeza. La última salida había quedado bloqueada.

Me volví hacia el culpable,  con una rabia que fue sustituida por unos segundos por sorpresa. Era Marcus. ¿Qué hacía él aquí?

-¿Cómo se te ocurre cogerme así?-la sorpresa había desaparecido, y ahora solo quedaba enfado.- ¡Ahora estamos encerrados!
-¡Se iban a caer las rocas encima de ti! ¿Qué querías que hiciera? ¿Dejarte morir?-Se defendió el moreno de ojos verdes.
-¡Moriremos de todas formas! Así que, ¿qué más da?-dije y sin esperar una respuesta por su parte, empecé a buscar como loca una salida. No era muy difícil ver que no había más salidas, y que las únicas que había estaban fuera de servicio. La única forma de salir de esta, es desplazar las rocas.

Les di empujones, golpetazos, empleando toda mi fuerza. Junto con la de Marcus que también intentaba mover las piedras. No sirvió de nada. Lo único que conseguimos fue abrir un pequeño agujero, del tamaño de un ratón con el que poder ver como la masa se acercaba a nosotros. Para contemplar cómo nos atrapaba la muerte.

Me senté en el suelo mientras él se acercaba hacia el agujero. Todavía nos quedaba tiempo, hasta que el castigo de los dioses llegara.

-¿Qué es eso que desciende hacia el pueblo?- me preguntó refiriéndose a la masa. Al parecer él no se había enterado de lo que el sabio había dicho.
-No lo sé, pero sea lo que sea, he oído que no es bueno.

Agaché la cabeza, pero fui incapaz de seguir rezando, como había hecho anteriormente junto a mi familia. Si los dioses querían castigarnos, no había nada que hacer. Estábamos perdidos.

Las lágrimas empaparon mi cara en cuanto recordé a mi madre, esperándome, con la esperanza de que lleve a alguien capaz de salvar a Dario.  Pensé en Dario, el joven y entusiasmado Dario, aquel niño que soñaba con ser alguien importante en esta vida. El mismo, que no miró la calle, y quedó sepultado bajo las rocas. Ya no podía hacer nada por ellos. O han muerto, o morirán. Al igual que yo. Al igual que Marcus. Al igual que todos.

Seguí llorando apenada por todo lo que nos íbamos a perder. Todo lo que este castigo nos iba a quitar. Todos los sueños que tenemos y que nunca llegaremos a cumplir.

Recordé a mi padre. Lo mucho que le quería, y lo triste que me sentí cuando lo perdí a mis nueve años. Todo por culpa de un mal que cogió y que no pudo superar. Le echaba de menos. Él sabría llevar estas situaciones. Él no se rendía. Él nos habría rescatado.

Sacudí la cabeza. ¿Qué diría si me viera? En mi mente, podía oír sus quejas sobre mi conducta. Sus quejas sobre haber desperdiciado los últimos minutos de vida llorando, en vez de aprovecharlos al máximo. Tenía razón. Debía ser fuerte, y afrontar la muerte. Como lo hizo él.

Levanté la vista y busqué a Marcus. Estaba sentado junto a uno de los puestos de fruta, enfrente de mí, mirándome como si quisiera recordar cada detalle de mi cuerpo antes de morir.
Mi pulso se aceleró, como siempre pasaba cuando estaba con él.

-Eleisa yo….quería decirte que…-agachó la cabeza intentando esconder el rubor de sus mejillas.-Yo…- un rugido de la montaña lo silenció.

Ambos nos pusimos de pie y miramos hacia la entrada que tenía el agujero. El momento se acercaba.
Unos segundos más tarde volvimos la cabeza y nos enfrentamos a la mirada del otro.

Quise decirle lo muy enamorada que estoy de él. Quise confesarle que siempre había sido y seré suya, aunque él no lo supiera. Pero no me salieron las palabras.
En vez de eso, reuní todo el valor que me quedaba y me acerqué decidida a él. Me sorprendió al ver que él también se acercó a mí.

No quedaba tiempo para la vergüenza, ni los arrepentimientos.

Nuestros cuerpos chocaron. Puse mis manos en su cuello, él las suyas en mi espalda y juntamos nuestros labios. Expresando aquello que nunca nos habíamos dicho y que ahora no teníamos tiempo de decir.

Maldije en mis pensamientos por no haber hecho esto antes, y durante un momento, todo quedó a un segundo plano. Solo estábamos él y yo. Yo y él. Juntos. Por fin.

Aunque, poco duró aquella felicidad. Lamentablemente, los dioses tenían otro destino para nosotros. Había llegado la hora. La masa bajaba tan rápido que rompió todas las rocas que había a su paso, haciendo que salieran disparadas, produciendo un gran estruendo y provocando el final de nuestro beso. No quedaba tiempo para huir, hacia el otro extremo de la plaza, así que él se puso delante de mí para recibir todo el impacto de aquella sustancia. No rompimos el abrazo. Con las frentes unidas y los ojos fijos en los del otro, me sonrió. La masa se acercó.

-Te amo.-me susurró en el oído, juntando aún más nuestros cuerpos.

El castigo llegó.

La sustancia maligna nos cogió, volviéndolo todo oscuro. Apagándolo todo a su paso.

Consumiendo un amor que, nada más empezar, tuvo que acabar.


Se dice que las flores más bellas son las que tardan más en florecer.
¿Pasará lo mismo con el amor?



PD: queridos mios!! Siento haber desaparecido esta semana, pero me tuve que ir a la playa y no pude conectarme al blog para explicar mi ausencia. Bueno espero que os haya gustado esta entrada. Llevo pensándola mucho tiempo, y hablo no de semanas, sino de meses. Y por fin está aquí!! Supongo que no la he subido antes, por pereza (XD)
La foto es una flor que encontré en la piscina de una amiga. Quería subir las fotos que hice de Pompeya el año pasado, pero no las he encontrado (xD).
Y nada más que comentar.
xoxo
Just You And Me

3 comentarios:

  1. Aunque te he dicho que no la leería hasta que no leyeras lo mío aquí estoy xD

    Madre mía, me acuerdo cuando dijiste en clase de biología de escribir una historia sobre esto, cuando leímos el último asesinato (si la memoria no me falla). Solo unos pocos...¿Meses? igualmente ha merecido la pena, me ha encantado. Y luego dices que no sabes escribir...Tú en el fondo quieres que te de un guantazo por mentir :P
    Te quiero, ya lo sabes

    ResponderEliminar
  2. Me gusta muchisimo tu blog y como escribes Te sigooo (L)

    aqui te dejo mi blog por si quieres verlo o seguirme :)
    besitos
    http://lostwordsand.blogspot.com.es/

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...