“Confiamos
en ti, Eleisa.” La voz de mi madre, daba vueltas por mi cabeza mi entras yo
corría por las calles buscando ayuda. Al no encontrar a nadie me dirigí a la
plaza donde se hacía el mercado. Constaba de dos entradas, una enfrente de
otra, y una gran cantidad de tablones, donde colocar la mercancía. Nada más.
Sabía
que no encontraría a nadie, que todo esto sería en vano. Pero había que
intentarlo. Todo sea por salvar a Dario, de aquella montaña de rocas.
Registré
la plaza, pero no había nadie. La gente había escapado, al contrario que nosotros.
-¡Ayuda!
¡Por favor!- grité, pero nadie contestó.
De
repente, la montaña rugió. Me volví a ver la montaña, que había empezado a
echar una especie de masa, que nunca antes había visto. Pero si había oído
hablar. Según el sabio del pueblo, al caer la tarde, iba a parecer una
sustancia maligna, enviada por los dioses como castigo, que mataría todo
aquello que tocara. Nadie sabía cómo tenía él ese conocimiento, por lo que, a
pesar de ser el sabio, le tomaron por loco.
Pues fíjate
que ahora el “loco” tenía razón, y que pagaremos justo por pecadores.
La masa bajaba con velocidad hacía el pueblo,
y la tierra tembló.
Se
acababa el tiempo.
Las
rocas que formaban el arco de una de las
entradas de la plaza empezaron a caer. Formando una montaña de piedras, que bloqueaba
la salida. Chillé ante el ruido y la impotencia. Yo no podría mover esas rocas,
así que solo me quedaba una salida.
Si no
lograba salir ahora, ya no podré escapar de aquí. Y la masa me cogerá.
Así que
corrí hacia la otra salida lo más rápido que pude. Pero justo cuando iba a
salir, alguien me cogió de la cintura y me obligó a retroceder. El suelo volvió
a temblar, esta vez más fuerte que antes provocando que las pierdas de esta
entrada empezaran a caer donde antes había estado mi cabeza. La última salida
había quedado bloqueada.
Me
volví hacia el culpable, con una rabia
que fue sustituida por unos segundos por sorpresa. Era Marcus. ¿Qué hacía él
aquí?
-¿Cómo
se te ocurre cogerme así?-la sorpresa había desaparecido, y ahora solo quedaba
enfado.- ¡Ahora estamos encerrados!
-¡Se
iban a caer las rocas encima de ti! ¿Qué querías que hiciera? ¿Dejarte
morir?-Se defendió el moreno de ojos verdes.
-¡Moriremos
de todas formas! Así que, ¿qué más da?-dije y sin esperar una respuesta por su
parte, empecé a buscar como loca una salida. No era muy difícil ver que no
había más salidas, y que las únicas que había estaban fuera de servicio. La única
forma de salir de esta, es desplazar las rocas.
Les di
empujones, golpetazos, empleando toda mi fuerza. Junto con la de Marcus que
también intentaba mover las piedras. No sirvió de nada. Lo único que
conseguimos fue abrir un pequeño agujero, del tamaño de un ratón con el que
poder ver como la masa se acercaba a nosotros. Para contemplar cómo nos
atrapaba la muerte.
Me
senté en el suelo mientras él se acercaba hacia el agujero. Todavía nos quedaba
tiempo, hasta que el castigo de los dioses llegara.
-¿Qué
es eso que desciende hacia el pueblo?- me preguntó refiriéndose a la masa. Al
parecer él no se había enterado de lo que el sabio había dicho.
-No lo
sé, pero sea lo que sea, he oído que no es bueno.
Agaché
la cabeza, pero fui incapaz de seguir rezando, como había hecho anteriormente
junto a mi familia. Si los dioses querían castigarnos, no había nada que hacer.
Estábamos perdidos.
Las
lágrimas empaparon mi cara en cuanto recordé a mi madre, esperándome, con la esperanza
de que lleve a alguien capaz de salvar a Dario.
Pensé en Dario, el joven y entusiasmado Dario, aquel niño que soñaba con
ser alguien importante en esta vida. El mismo, que no miró la calle, y quedó
sepultado bajo las rocas. Ya no podía hacer nada por ellos. O han muerto, o
morirán. Al igual que yo. Al igual que Marcus. Al igual que todos.
Seguí
llorando apenada por todo lo que nos íbamos a perder. Todo lo que este castigo
nos iba a quitar. Todos los sueños que tenemos y que nunca llegaremos a
cumplir.
Recordé
a mi padre. Lo mucho que le quería, y lo triste que me sentí cuando lo perdí a
mis nueve años. Todo por culpa de un mal que cogió y que no pudo superar. Le
echaba de menos. Él sabría llevar estas situaciones. Él no se rendía. Él nos
habría rescatado.
Sacudí
la cabeza. ¿Qué diría si me viera? En mi mente, podía oír sus quejas sobre mi
conducta. Sus quejas sobre haber desperdiciado los últimos minutos de vida
llorando, en vez de aprovecharlos al máximo. Tenía razón. Debía ser fuerte, y
afrontar la muerte. Como lo hizo él.
Levanté
la vista y busqué a Marcus. Estaba sentado junto a uno de los puestos de fruta,
enfrente de mí, mirándome como si quisiera recordar cada detalle de mi cuerpo
antes de morir.
Mi
pulso se aceleró, como siempre pasaba cuando estaba con él.
-Eleisa
yo….quería decirte que…-agachó la cabeza intentando esconder el rubor de sus
mejillas.-Yo…- un rugido de la montaña lo silenció.
Ambos
nos pusimos de pie y miramos hacia la entrada que tenía el agujero. El momento
se acercaba.
Unos
segundos más tarde volvimos la cabeza y nos enfrentamos a la mirada del otro.
Quise
decirle lo muy enamorada que estoy de él. Quise confesarle que siempre había
sido y seré suya, aunque él no lo supiera. Pero no me salieron las palabras.
En vez
de eso, reuní todo el valor que me quedaba y me acerqué decidida a él. Me
sorprendió al ver que él también se acercó a mí.
No
quedaba tiempo para la vergüenza, ni los arrepentimientos.
Nuestros
cuerpos chocaron. Puse mis manos en su cuello, él las suyas en mi espalda y
juntamos nuestros labios. Expresando aquello que nunca nos habíamos dicho y que
ahora no teníamos tiempo de decir.
Maldije
en mis pensamientos por no haber hecho esto antes, y durante un momento, todo
quedó a un segundo plano. Solo estábamos él y yo. Yo y él. Juntos. Por fin.
Aunque,
poco duró aquella felicidad. Lamentablemente, los dioses tenían otro destino
para nosotros. Había llegado la hora. La masa bajaba tan rápido que rompió
todas las rocas que había a su paso, haciendo que salieran disparadas,
produciendo un gran estruendo y provocando el final de nuestro beso. No quedaba
tiempo para huir, hacia el otro extremo de la plaza, así que él se puso delante
de mí para recibir todo el impacto de aquella sustancia. No rompimos el abrazo.
Con las frentes unidas y los ojos fijos en los del otro, me sonrió. La masa se
acercó.
-Te
amo.-me susurró en el oído, juntando aún más nuestros cuerpos.
El
castigo llegó.
La
sustancia maligna nos cogió, volviéndolo todo oscuro. Apagándolo todo a su
paso.
Consumiendo
un amor que, nada más empezar, tuvo que acabar.
Se dice que las flores más bellas son las que tardan más en florecer.
¿Pasará lo mismo con el amor?
PD: queridos mios!! Siento haber desaparecido esta semana, pero me tuve que ir a la playa y no pude conectarme al blog para explicar mi ausencia. Bueno espero que os haya gustado esta entrada. Llevo pensándola mucho tiempo, y hablo no de semanas, sino de meses. Y por fin está aquí!! Supongo que no la he subido antes, por pereza (XD)
La foto es una flor que encontré en la piscina de una amiga. Quería subir las fotos que hice de Pompeya el año pasado, pero no las he encontrado (xD).
Y nada más que comentar.
xoxo
Just You And Me
Jo, que bonito. Me encantó <3
ResponderEliminarAunque te he dicho que no la leería hasta que no leyeras lo mío aquí estoy xD
ResponderEliminarMadre mía, me acuerdo cuando dijiste en clase de biología de escribir una historia sobre esto, cuando leímos el último asesinato (si la memoria no me falla). Solo unos pocos...¿Meses? igualmente ha merecido la pena, me ha encantado. Y luego dices que no sabes escribir...Tú en el fondo quieres que te de un guantazo por mentir :P
Te quiero, ya lo sabes
Me gusta muchisimo tu blog y como escribes Te sigooo (L)
ResponderEliminaraqui te dejo mi blog por si quieres verlo o seguirme :)
besitos
http://lostwordsand.blogspot.com.es/